Ubicada en un terreno irregular y de pronunciada pendiente, esta casa se implanta con sensibilidad y precisión en un entorno de bosque seco nativo, dominado por algarrobos. El diseño respetó al máximo la topografía existente, generando una arquitectura que se adapta al terreno en lugar de imponerle una geometría ajena. A diferencia de otras construcciones vecinas que arrasan con la vegetación y nivelan con grandes muros de hormigón, esta vivienda minimiza la intervención y conserva la esencia natural del lugar.

Los materiales elegidos refuerzan este vínculo con el contexto: ladrillo artesanal del Azuay, concreto martelinado y estructura metálica expuesta. La casa nace con una base sólida de hormigón que se aligera progresivamente hasta convertirse en una estructura de acero ligera y transparente. Se priorizó el confort térmico mediante ventilación cruzada y convectiva, logrando una atmósfera habitable pasiva, sin necesidad de climatización mecánica.