Esta vivienda de estándar pasivo se integra con delicadeza en un terreno arbolado sin derribar ningún árbol: sus volúmenes fluyen entre los espacios vacíos, aprovechando la topografía y la sombra existente para reducir la huella ambiental. La implantación orgánica, con formas que evitan líneas rígidas, genera patios internos que facilitan la ventilación cruzada y la entrada de luz difusa. Las fachadas ventiladas, compuestas por una cámara de aire tras el revestimiento de madera quemada y carrizo, actúan como barrera térmica, manteniendo temperaturas interiores estables tanto en verano como en invierno.

El proyecto apuesta por la autosuficiencia hídrica y energética: un sistema de captación de agua lluvia, canalizado hacia tanques subterráneos, abastece todos los servicios, mientras una red de filtros biológicos (zanjas de infiltración y humedales artificiales) depura las aguas grises y negras sin químicos. La cubierta se equipa con paneles fotovoltaicos integrados que cubren la demanda eléctrica, y la ausencia total de plásticos —desde el encofrado hasta los acabados— refuerza el compromiso sostenible.

Para cumplir con la filosofía ecológica se emplearon materiales de cercanía y bajo impacto: muros de bahareque y rellenos de tierra estabilizada, estructuras ligeras de bambú y pino laminado local, y enlucidos de cal y cuarzo que regulan la humedad interior. La mayor parte del presupuesto se destinó a mano de obra local, garantizando oficios tradicionales de alta calidad y dinamizando la economía vecinal. Cada detalle refleja un equilibrio entre funcionalidad, durabilidad y responsabilidad con el entorno.